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Portugal; hay vida más allá de la austeridad

30 enero, 2018 - Deuda, Mercados Financieros

katmachatka PabloMM En abril de 2011 Portugal entrega las llaves. La crisis económica golpea de forma especialmente cruenta a un Estado que durante los años de bonanza creyó que podía morder más de lo que podía tragar. Los gobiernos lusos se emborracharon de éxito, cubriendo al país de una fina capa de prosperidad que se vino […]

katmachatka
PabloMM

En abril de 2011 Portugal entrega las llaves. La crisis económica golpea de forma especialmente cruenta a un Estado que durante los años de bonanza creyó que podía morder más de lo que podía tragar. Los gobiernos lusos se emborracharon de éxito, cubriendo al país de una fina capa de prosperidad que se vino abajo en cuanto la deuda pública comenzó a erosionar la superficie.

La Troika aterrizó en Lisboa con 78.000 millones debajo del brazo que por el entonces presidente, el recién elegido Passos Coelho, tenía que gestionar a cambio de un paquete de recortes que colocaron a los portugueses la soga al cuello del austericidio: privatizaciones, despido de funcionarios, bajada de salarios, recortes de las pensiones y del gasto público. Portugal entraba en el redil marcado por los grandes gerifaltes de Europa, que recetaron a los pobres países del sur estrecharse el cinturón y ceder capacidad de decisión a los temidos hombres de negro, comandados por Wolfgang Schäuble, el Ministro Federal de Finanzas de Alemania.

A pesar de la impopularidad de los recortes y el desgaste social, los ciudadanos renovaron su confianza en los social demócratas de Passos Coelho, en las elecciones de 2015, pero con una débil mayoría que solo le permitió gobernar durante 11 días. Fue entonces cuando la izquierda portuguesa, tradicionalmente enfrentada en guerras fratricidas, decidió aparcar sus diferencias para hacerse con el poder gracias a una coalición que reunió a los socialistas de António Costa ,los comunistas del PCP y el Bloco de Esquerda, una amalgama de organizaciones sociales habitualmente comparada con Podemos, a pesar de que ostentan una solera de más de 20 años en política.

Antonio Costa
António Costa

En su discurso de investidura como Primer Ministro, António Costa prometió el fin de los recortes y un nuevo rumbo en la política del país: «El nuevo Gobierno está en posición de asegurar un nuevo orden de prioridades. El muro ha sido derribado, el daño se ha acabado».

La derecha bautizó al nuevo ejecutivo como la «geringonça», algo así como una máquina estropeada, obsoleta, una antigualla que jamás podría funcionar bien. Pero el tiempo ha demostrado que los viejos engranajes de la izquierda lusa aún tenían gasolina para remolcar el país.

Los comunistas hicieron valer su posición de fuerza para revertir los recortes en sueldos públicos y pensiones, y subir el salario mínimo de 485 euros a 557 euros. Además se paralizaron la oleada de privatizaciones, que amenazaban con arrebatar la aerolínea TAP de las manos del estado y se aprovechó la ascendencia sobre los sindicatos para conquistar la paz social. Las arcas públicas se revitalizaron debido al boom del turismo, que el año pasado atrajo a 12 millones de visitantes en un país de 10 millones de habitantes, el aumento de las exportaciones, que han crecido un 6% en 2017, y un sistema de captación de capitales que ha seducido a las grandes fortunas; oligarcas de China, Rusia y América Latina invierten importantes cantidades de dinero a cambio de un visado de residencia que les abre las puertas del comercio con toda la Unión Europea.

El país cuadró las cuentas públicas del pasado año con un crecimiento del PIB de 2,5%, en el que ha tenido mucho que ver el reflote de un sector inmobiliario que repunta gracias a las viejas edificaciones. En 2008, un cartel colocado en una céntrica plaza de Lisboa presumía de que la ciudad solo tenía 7.000 edificios en ruina, un paisaje entre melancólico y decadente que si bien ha sido durante años parte de su atractivo, está inmerso ahora en una sorprendente transformación liderada por el lucrativo negocio de la rehabilitación de edificios. La ciudad de la luz está de moda, Oporto remonta en sus cifras de visitantes y los albañiles construyen villas de lujo en primera línea de costa.

Catarina Martins
Catarina Martins, líder del Bloco de Esquerdas

Otra de las medidas estrella ha consistido en incentivar la contratación en lugar de liberalizar el despido. La tasa de desempleo ha bajado del 17,3%, registrado en 2013, al 8,2% de noviembre del pasado año. Según datos de Eurostat, Portugal es el segundo país de la zona euro que más ha reducido el paro durante 2017. En la actualidad, el número de desempleados es de 424.000 personas, la cifra más baja desde que el INE (Instituto Nacional de Estatística) comenzó a realizar estudios estadísticos, allá por 1999.

Pero siempre hay una doble lectura en las políticas de empleo, más aún cuando en apariencia los resultados son tan beneficiosos. Un informe del Observatorio de Crisis y Alternativas del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, reveló que el 63% de los contratos que se firmaron desde 2013 son temporales, precarios y con un sueldo que ronda de media los 646 euros mensuales, apenas un 23% por encima del salario mínimo. La situación es aún peor en la construcción, con salarios de 634 euros y en la hostelería, donde se desploman hasta unos míseros 547 euros.

Paradójicamente, el problema radica en la creciente demanda de empleo, de la que se aprovechan muchos empresarios para ofertar condiciones laborales a la baja. El problema parece de difícil solución más aún cuando se trata de un país al que las grandes agencias de calificación mantienen en bono basura y donde cualquier movimiento para implementar la calidad del trabajo puede provocar la estampida de capitales. Para atajar la situación, Mário Centeno, Ministro de Finanzas, ha anunciado la puesta en marcha de un paquete de medidas, acordado con sindicatos y patronal, para aumentar los salarios un 25% antes de 2020.

2016 cerró con una grata sorpresa; Portugal redujo el déficit hasta el 2%, una cifra superior a las exigencias de Bruselas y a las previsiones del propio ejecutivo. La tendencia se mantuvo en 2017, donde hasta el mes de noviembre cosechó una bajada de 2.236 millones de euros con respecto al año anterior, fijando el déficit en un 2% del PIB, el dato más bajo desde 1974.

Mario Centeno
Mário Centeno, Ministro de Finanzas

El Ministro de Finanzas achaca los buenos resultados al crecimiento del 4,3% en los ingresos, pero las metas no se han alcanzado sin grandes sacrificios. En los últimos dos años, acorde con la información de Eurostat, el gasto público de desinfló en al menos 6.200 millones de euros, lo que ha devengado en una paralización de la inversión pública, que unido a la falta de compromiso del sector privado, todavía receloso de hacer grandes inversiones ante la escasez de crédito, puede poner en riesgo el objetivo del superávit, fijado en el 1,3% para el 2021.

Pese a todo, Centeno es optimista y prevé que gracias a un nuevo impuesto sobre los inmuebles de lujo y a la bajada del IVA -que ha revitalizado el consumo privado- la Comisión Europea cierre pronto el expediente por déficit excesivo que mantiene abierto al país.

Es precisamente en las autoridades europeas donde el Gobierno centra gran parte de sus críticas, por no haber prestado la ayuda suficiente durante los años más negros de la crisis y por la poca flexibilidad en los términos impuestos para el pago del rescate. En este sentido, el Partido Socialista y el Bloco han propuesto la creación de un grupo de trabajo que defienda en Bruselas un programa de reestructuración de la deuda, basado en extender los plazos de devolución de los 15 actuales a 60, y una reducción de los intereses. Es parte del pragmatismo que se ha instalado en el discurso ideológico de la coalición de izquierdas, que aprendieron de la Grecia de Tsipras y Varoufakis que sale mejor negociar con la Troika que llegar a las reuniones del Eurogrupo con una harley y una chupa de cuero.

Por suerte para Portugal, su relación con los otros acreedores parece que terminará pronto. A fecha de hoy, el Gobierno ha devuelto el 80% de la ayuda financiera concedida por el Fondo Monetario Internacional en 2011. En la última semana de diciembre hicieron efectivo un nuevo reembolso de 1.001 millones de euros, lo que sumado a las anteriores amortizaciones hacen un total de 10.013 millones reintegrados en 2017, la mayor cantidad devuelta en un solo año desde que comenzó el proceso de retorno, en 2015.

Banco Espírito Santo
Banco Espírito Santo

Sin embargo, la deuda, tanto pública como privada, se mantiene como el gran escollo en el camino de la recuperación. Son los únicos indicativos que no han mejorado durante el mandato del nuevo Gobierno, tiempo en el que la deuda pública se disparó hasta el 130,4% del PIB, superando en cinco puntos las previsiones oficiales. Gran parte de la culpa es achacable a la debilidad de la banca, señalada por el FMI como la más vulnerable de la zona euro debido a su alta tasa de impagos. La nacionalización del Banco Espírito Santo provocó la primera gran fractura en la coalición de izquierdas, después de que los socialistas la vendieran, previo saneamiento de sus cuentas, por cero euros al fondo buitre Lone Star, a cambio de un compromiso de inyección de liquidez de 1.000 millones de euros en los próximos dos años. El otro gran banco del país, la Caixa Geral de Depósitos, 100% público, se vio obligado a hacer frente a una importante reestructuración, tras finalizar 2016 con pérdidas cercanas a los 2.000 millones de euros. La última inyección de liquidez viene condicionada por el fin de la gratuidad; a partir de ahora los usuarios tendrán que pagar 4,95 euros mensuales en costes de mantenimiento.

A pesar de las dudas que todavía ensombrecen el futuro del país, la mejora de la situación económica es innegable. Las empresas cerraron 2017 con la mayor rentabilidad desde 2011, según datos del Banco de Portugal, y la credibilidad entre los consumidores está en máximos históricos.

Mientras tanto son cada vez más las emigrantes que regresan ante la mejora de las perspectivas. A mediados del año pasado, la Asociación Empresarial de Portugal lanzó un plan de ayuda financiera para las personas que abandonaron el país, con el objetivo de traer de vuelta a los jóvenes talentos que se vieron obligados a hacer las maletas a consecuencia de la crisis económica

Es importante recalcar que la coalición de izquierdas está sustentada por un pacto legislativo y no de Gobierno, es decir, el ejecutivo está contralado por los socialistas de António Costa mientras que las otras dos fuerzas de izquierda le prestan ayudas puntuales para sacar la legislatura adelante.

En agosto del pasado año, Costa superó su momento de mayor debilidad. Una oleada de incendios azotaron el país dejando más de 100 muertos y destapando las debilidades de un Gobierno que no supo gestionar la tragedia. Tras superar una moción de censura que estuvo a punto de acabar con su mandato, el Primer Ministro atraviesa ahora por su mejor momento de popularidad. Lidera los sondeos con un 42% en intención de voto, con holgada diferencia de 17 puntos sobre los democristianos.

António Costa lidera la intención de voto
António Costa lidera las encuestas de intención de voto

Días placenteros también para el Presidente de la República, Marcelo Rebelo de Sousa, del opositor PSC, que ha sabido convivir en armonía con un bloque de izquierda al que sus compañeros de partido tachaban de radical y populista. Es el político mejor valorado y ha conseguido devolver el prestigio a una institución que su predecesor en el cargo, Aníbal Cavaco Silva, arrastró por el fango.

El otro gran triunfador es Mário Centeno, el hombre que se atrevió a dirigir el Ministerio de Finanzas de un Estado en la ruina y al que los socios europeos miraban por encima del hombro. La percepción ha dado un giro radical, tanto es así que en diciembre fue elegido presidente del Eurogrupo, el organismo que se encarga de velar por el bienestar de la moneda común.

Dos años después de asumir los designios del país, el engendro del «gerigonça» se ha transformado en una maquinaria bien engrasada que despierta las envidias de una izquierda europea que cotiza en horas bajas. Mientras tanto, desde Bruselas no han tenido más remedio que aceptar la realidad: había recetas alternativas a la austeridad y la soga al cuello.

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